Súplica

26.06.2024

No pude soportar

la explosión de vida:

supliqué a la Flor

que me enterrase.


Hacia ti voy. Subo la pendiente. Asciendo por el manantial. Al borde de las aguas, cerca de la roca, puedo ver como terminas con la búsqueda inútil y de verdad incendias el corazón.

Rendido a tus pies cubro el rostro. En ti pienso con la voz turbia por las venas.

Quiero palpar tu rostro, la muerte reflejada, alejándose de mí.

—¿Por qué no me entierras?

El otoño conmigo siente predilección por ti. Ansía anticipar la hora volando por la tristeza de los quebrantahuesos, olvidados en el cielo azul.

Desafías la blancura del sueño, las alas que no yacen en la tierra; adormecida adolescencia del calendario: Flor que me llevas y me enciendes, y me dejas caer en aguas amargas donde tus pétalos redimen la sangre.

Aquí, te proclamo: Flor. Y la sangre, amarga, colorea mejillas.

Aquí, me avergüenzo. Una vez más, te digo:

­—¿Por qué no me entierras?

¿Por qué no entierras mi cabeza en el valle?

¿Por qué no dejas que muera de frío el Ángel, donde hundes las raíces?

¿Por qué dejas que piense en ti muriendo por ti, solo en la cumbre?

**

De amor, tan triste vestido, a contraluz del arroyo, próximo al atardecer, el viento arranca sonidos, murmullos del manantial.

Me acerco. Conforme la tarde se va, dejo reposar los oídos en la tierra. Oigo la voz que dice:

Si bien, ves en mí la belleza, pronto moriré. Pero, mi Amado no; él ha de vivir en la cumbre más alta.

Él pisa mis pétalos, camina por la nieve sin memoria. Olvida la hora que llega a marchitar la figura, que contemplas.

Antes de hundir mi rostro en la tierra definitivamente, él es quien habla, es suya la voz que oyes, que no cae en el olvido.

Son pocos los rayos, demasiadas las nubes. Entumecidos están los miembros de mi Amado. Pero él, yaciendo en la noche más fría, es inocente, sale ileso convertido en el cristal, que contemplas.

Y atardece al morir la tarde en el capullo, donde hundes el rostro, suplicándome que te lleve.

Tú, cargado de osamenta, vienes a mí en busca de consuelo, pero es tarde, ya viene la noche de los desaparecidos.

***

Aún aturdido por las palabras que cerraban el día, las manos de la memoria - pudiera ser que soñadas- hundiéndome a mí con el valle, abrieron el mar en los ojos nocturnos; pude ver la fauna marina, el vaivén de palabras empujando el barco, a punto de zarpar. ¿Hacia dónde, tan oscura pena, sin fin?

Entre el decir y la daga venenosa, insuficientes, zarpamos. De nada sirvió, proclamarse inútil. Nadie recuerda su paso por la vida.

¡Apiádense de mí los desaparecidos! ¡Qué por el viento, el roce de las alas descubra al Ángel en la capilla pidiendo perdón al capullo ensangrentado, que la Virgen sostiene!

Qué lejos quedan, allá… La mansedumbre del manantial y los quebrantahuesos olvidados en el cielo azul las lágrimas del abandono. ¡Qué lejos, allá!

Aquí, la voz, humedecida por la sal, es muy triste y suena a madera.

Aquí, soñado, de forma obligatoria en el exilio forzado, en el paisaje de los bodegones mirando el mar entre sudorosos marineros, que hacen de mí en cada desembarco un adefesio.

Numerosos marineros en numerosos puertos con numerosas flores hacen de la infancia hombría. En tabernas con ellos fumo y bebo vino en abundancia. Las especies de flores frecuentadas son numerosas. ¿Cómo así, tanta abundancia?

Las breves como chupitos de tequila; las amantes del vino, obligadas a profanar deidades antiguas. Flores como especias en interminables rutas.

Brazos robustos. Flaqueza de niño, de Ángel y Flor; Amado y Amada.

Músculos soltando amarras en cada puerto. Los ojos que zarpan cargados de flores.

****

Libertad pon en mí tus ojos. ¡Qué presidio es la belleza, en cada puerto en cada flor!

Ya tardas en venir, Tú, la última, Tú, que conoces el Nombre escrito.

Tú, que sacudes el alma de los marineros y haces de ellos indefensos niños.

Tú, no olvides el propósito. Piensa en tu Amado, en sus ojos tristes de escarcha y ventisca.

Allí tan arriba, tan lejos. Aun siendo inocente, tiene la desdicha de no morir contigo, tiene la desdicha de la eternidad en la cumbre más alta, tan lejos del valle donde floreces.

Sin ti, Flor, el ángel no muere; tanta es su desdicha con la daga en el pecho, sin muerte.

Pero, también, el estar lejos de ti es la desdicha del mar; tanta es su desdicha que, como hembra en celo, traga la tierra.

Y, al igual, grande es la desdicha del barco sin ti, que naufraga, borracho, persiguiendo costas; y naufragan los marineros y los niños.

*****

Dime, Ángel, ahora que se ha ido, y no sabemos cuándo regresará. Mírame. Responde, si pudiera yo ocupar tu corazón. Si por ventura, pudiera yo pasar una noche contigo, con mi presencia, con mi figura, con mis defectos, con mis vicios, con mi indolencia, con desmesura. Dime, si pudiera, acaso, calentar tus noches en las altas cumbres, hablar contigo de ella, de la soledad aquilatada en su ausencia por lánguidas alboradas.

Ella se fue sin nosotros. No hagamos cuenta. Supliquemos en su ausencia los dos juntos, Ángel mío; rindamos las almas a la esencia, celebremos el espíritu, que mora en los valles vestido de Flor en primavera.