Sobre la visión
Si quieres completar el cuerpo diamantino sin desprendimiento,
Tienes que calentar con dedicación la raíz de la consciencia y la vida.
Tienes que iluminar la tierra bendita siempre cercana
Y dejar que ahí habite siempre escondido tu verdadero yo.
HUI MING CHING
Los doce soles, hundidos en el corazón aquilatan la ausencia de los días, que vivo sin mí, esquilado de sombra sin imagen, languideciendo por la urdimbre de la lengua maternal.
En coronas de cuchillos y láminas de esponja, me ausento, en jardines enamorados de la umbría y burbujas melosas con esmoquin.
Huérfano soy. Inamovible en crisólitos brillantes, me enquisto a espacios, que se extienden conforme mi lengua horada el tiempo.
Amante complaciente de la sorpresa, que alumbra la ignorancia en visiones sin imagen.
Extendidas mis manos apuntalan, la vida insobornable de la materia oscura, que redime galaxias, devolviendo la paz a las estrellas; la estela del traslúcido sueño va repoblando visiones imposibles, melodías ondulantes, que endulzan silencios.
El volumen encéfalo del vacío, licuado en mi lengua -velamen transparente-, destila ácidos fabricando el licor, en el interior de los bodegones, donde quedo embriagado.
Mis ojos alucinan, inocentes, la estera incorruptible; circundan el morir y vivir resucitando, en visiones, desposados por el Verbo.
Impasible contemplo la escritura. Sin moverme de sitio, me traslado por los huesos que se amontonan. Olvidando estaciones solitarias, me solazo, imprevisto, en disyuntiva mansedumbre del árbol, en crisoles donde arden mis manos por la esfera.
Me subyugo dichoso a la belleza, a la plenitud del descanso en posadas, mientras azuzo en chimeneas los leños, las mentiras, que no son necesarias para escribir.
Delimito el vuelo de las aves, desprovisto de dobles intenciones, transparente, desciendo en espirales vadeando lagunas de la ausencia. Por las alas me abismo remontando la visión ensanchada de horizontes; me descubren las manos del orfebre, muletillas creadas a destiempo.
En sonatas girando, por la rueca, aprendo a laminar la nieve en las pléyades profundas, que incursionan rostros soñados en portales azules del paisaje; visualizo la oquedad de espacios, en mi locura suspirando broquelo ventanales: liberada mi boca de los hilos, vulnerable y dorada, se diluye por la sombra del verso desvelando la visión de palabras balbucientes.
Inasible la blancura de la fiebre por caligramas de huesos ensamblados: Ezequiel que examina, deslumbrante, la derrota dulcísima de humildes voladuras de sesos y calambres.
Las canciones que saborean, anegadas de voces, el centeno y, en los labios de la noche, aniquilan la nívea ricura de los versos del ángel dichoso en la fragua, con el corazón inundado de centellas, que fertilizan colinas y florecen por efluvios carnales despuntando por la lúcida barriga de la luna eclipsada en espejos.
Soledades de arroyos bienhallados en el breve silencio de la peña; mariposas temblando por las flores, demasiado despiertas, anhelantes de las mieles profundas del vacío.
Convertidos mis días, amasados, humedales muriendo sin mí, donde existo sin ser visualizado donde sigo soñando mi rostro, en visiones sin la forma de los cuerpos.
Sobre
la incertidumbre o el tamiz de alas, que atraviesan el firmamento, están los
ángeles o guías espirituales, que me acompañan. Son el complemento del Verbo.
Escriben con MAYUSCULAS los nombres, que tiemblan por las cordilleras derramando la leche tibia de mi corazón, mientras voy atravesando abominables matojos, zarzas y otras malas hierbas; cuando el mundo iza sucias banderas cubriendo cadáveres -consiste en eso la guerra de minúsculas palabras y terribles consecuencias-, como un escarabajo verde, me adentro por las hebras del sonido y veo la caída de la ternura por manantiales saciando la memoria de las serpientes; veo a mi madre derramada en la blancura del sueño; bebo sin faltar a la verdad si fijamente miran los ojos, que arden en las manos, que hacen del pan la tierna muerte, ininterrumpida llenando el vacío, dando a luz la existencia; niego la verdad de los pájaros suicidas, subidos a los tabernáculos donde ensayan un vuelo imposible de máscaras; retiro orugas viendo cómo crece la inmortalidad de las mariposas.
Donde pesa la cruz, de espaldas a la mentira, bajo este cielo que se derrumba, tomo la ponzoña de serpientes enraizadas en macizos terrones, tomo el veneno del vaso limpio del corazón enterrado, de las manos pulverizadas; proclamo la bienaventuranza por el vidrio de la ausencia; estremecido por el arrebato de las cordilleras, suspiro adentrándome al palacio de las nueve lunas.