Sin pasaje de vuelta
Atesoró, cabizbajo, pudriéndose, chorreando,
la fruta madura por la boca del llanto perdido
por los vientos del poniente. Encarcelado imaginaba
el puerto feliz con embarcaciones flotando
sin amarras en derredor del ascua encendida.
Besaba el pensamiento, reduciéndose a las cenizas,
el azogue del espejo embriagado en putrefacción
de fatídicos rostros colgando de la baba rubia
engarzándose al oro del trigal fecundado,
a golpes fraguado por los vientos del levante.
Abandonado, sin figura, con las manos vacías
pidiendo otra oportunidad al último pensamiento.
Así terminaba: lanzando la red, desfigurado,
roto en el bolsillo, sin pasaje de vuelta embarcado.