Salvador
Ti… ti… tiri… tan
en las yemas de mi lengua
las tripas de tu madre, Salvador.
Son sus heces claros pececillos
escurriéndose en la clara de mi boca.
Déjame inflar el globo mustio,
no temas por la menstruación.
No me hagas sentir culpable,
no me ofrezcas tus tiernas manos infantiles
llenas de saltamontes.
La mujer gorda y fea de la esquina
está cociendo en su caldero ojos de buey,
se parece, sí Salvador, se parece a tu madre.
Ya sabes cómo fermenta
en el vientre enloquecido
el hormiguero del silencio.
Resulta dramático ver
a quien fuera tu madre
en tu frente, inclinada,
con el pecho amputado
por no darte de mamar.
¡Qué cruel, Salvador!
Tus delirios,
al igual que dagas,
muestran el gran espejo giratorio
de los senos mutilados
en la mirada infantil;
la fragmentación paranoica-crítica ( yemas,
vientres, saliva )
que reinventa el organigrama
de la suprema realidad.
Impostergable desmembramiento
entregado a la musa,
que devora saltamontes
en su vagina,
y te besa,
estrujando los huevos
en cavidades de la infancia,
donde el cantor cae fulminado.
Vuelves a nacer, Salvador.
Oye la desmesura del mar
por los cisnes
que dibujaste,
derramando su blanco vuelo
sobre las playas de Cadaqués.