Romance de la luna y el carterista
No quería entrar al sueño.
La soledad estiraba
escapando de la noche.
De alguna forma calmaba
sus manos huecas y tristes.
Muy decidido cruzaba
oscuridades anónimas:
la multitud que bramaba
por estrechas avenidas.
Su vida sola versaba
sobre la triste costumbre
de estar donde no casaba.
Desde el exilio forzado,
aun sin querer vomitaba
la pobreza en la desidia;
a los otros no culpaba
por aquella excomunión.
Avanzando deliraba,
por una triste moneda,
que del arrojo acopiaba.
La blancura de la noche
en aquel rostro acechaba,
su vivo reflejo oía
una voz que lo humanaba:
Perezco sin los billetes.
Está vacía mi aljaba.
Nadie mira hacia mi espejo.
No sonríen, esperaba
que mirasen la pobreza.
En mi soledad besaba
tu rostro por avenidas.
Mirándote a ti soñaba.
Entre podridos periódicos,
el gentil búho ululaba:
"¡coge la cartera, cógela,
come la rica guayaba!"
Rodeado de turistas,
deslizándose birlaba
las carteras sin escrúpulos:
-Otra más, y otra… -pensaba-
que no mengüe mi amor.
Leal a quien reflejaba
todas las noches su rostro,
a buen recaudo zarpaba,
alegre con el botín.
La infinitud abrazaba
arrojando las carteras
por el forro de la aljaba.
A la Luna complacía.