Raúl "Strogoff"
LÍNEA CUÁNTICA
Llego del 1976. Ahora según el digital del portátil son las 10:05 h, 14/10/2024.
No me asusto de estos saltos en el tiempo. Me dicen que tengo línea directa. Ya he fumado. En el bar del chino tomé mi cortado con leche natural. Luego limpiaré la jaula de la Carolina. Preparé las pastillas a mi madre. También tomé las mías, son dos siempre por la mañana: protector de estómago y combate de la nube espesa.
Dicen que está en línea. Pongo mi dedo índice en la sien derecha, siempre el índice derecho.
—A rotación mil por hora, pero sentado a la espera. Diga.
—¿No me presentaron? ¿Dice usted diga? ¿no sabe quién soy?
—Para mí no es alguien tan importante, aunque pasó, no precisamente por sus
méritos, a la historia.
Corte de línea. No sé cómo no terminan de petar sinapsis.
Por si no dije quién soy, soy hijo de todos los tiempos. No del tiempo. Vivo en la periferia de una gran ciudad de Europa. Hoy nido de pasajeros con maletas, agarrados a los móviles. Tropel por avenidas que te cruzan la cara. De paso en habitaciones. Acérrimos del avión.
Nunca terminé mis estudios. Salí caro al ministerio. Me dieron una beca por no terminar mis estudios. No pasó el tiempo por mí, pasé por el tiempo.
Otra vez, tengo línea.
—A rotación mil por hora, pero sentado a la espera. Diga.
—¿Diga? Mi nombre…
—La nube sigue algo espesa. Paciencia, hombre, paciencia. De moriscos vino a
calentarse con gitanos. La H por bandera en su escondrijo
donde piensa la huida.
—Soy… -se oye como una trompeta y cascos de vidrios rotos.
Ah el cuchillo en mi boca y, de nuevo, la noche más larga.
*
Como si no tuviese bastante, la pobre señora arrastra los pies lentamente. Le cuesta un mundo llegar a la otra habitación. Toca a la puerta. Nadie responde. Insiste. Con resignación se retira. Piensa hacer otra cosa mientras tanto.
El humo comienza a llenar el salón de la casa. Huele a habano. Y un habano fuma mirando el jarrón con flores de vidrio celestes, junto al televisor de plasma. No sabe ni en qué día vive, si tomó o no las pastillas. Olvida todo mientras su boca dibuja círculos de humo cada vez más densos. Tampoco recuerda ahora que oyó un fuerte estrépito de algo que caía. Una silla y algo más pesado, seguramente un cuerpo.
Raúl tiene cuerpo. Ella fuma. No recuerda, pero sabe que este siempre despierta otra vez. Aquellos desvanecimientos son continuos desde que Raúl tiene uso de conciencia. Es su hijo, ella tampoco lo recuerda, pero es su hijo.
17:30 h, 14/10/2024
—¡Dejadnos salir! -escucho gritar a lo lejos.
Todos marchan en largos trenes de mercancías, los veo sacudirse en las mosquiteras; inhalar el humo de largos cigarrillos; besar los charcos de aceite por el metal abollado de los vagones.
¿Soñando o despierto? (cuando mi madre abra la puerta lo sabremos).
—¡Dejadnos salir!
Los saltamontes se aferran al suelo fundido en estaño, sobre el que se levantan aves metálicas, verdaderos dioses que escupen billetes y monedas de fuego. Se quiebran las ramas de los tiempos. Sobre las copas encañonadas de los árboles, arden cajeros automáticos. Quedan algunos restos de lumbre en las miradas oscurecidas de los hombres. Es por sus mujeres y sus hijos.
—¡Silencio! -gritan finos y afilados alambres, enredados a un cielo tenebroso.
Deslumbran esqueletos en pasarelas de moda.
–¡Calle el hombre, muera el tiempo y su memoria! -siguen gritando enjambres de alambre.
Extienden rieles por donde circulan recuerdos, como mercancías.
—¡No dejen de circular, necesitamos más sueños! -gritan corazones de cobalto.
Pierden entereza la carne y los huesos.
—¡Que salten escaparates y despierten fetiches! -oigo gritos aplomados.
Tiene un rastro de humanidad la orina. ¡Oh sí, todavía humana! El niño mojó los pantalones. Giro por el dorso de la mano llena de saltamontes y, mientras saltan y estallan en pompas de hidrógeno, me acercó al niño.
—¿Tomás dijiste? Creí oír muy a lo lejos, hijo. ¿Dónde está tu familia?
—No sé, hay mucho humo -contesta el pequeño y levanta el dedo índice.
—Pequeño, no sé cuánto estaré aquí contigo. No tengo miedo a esta escena de los hombres -le digo a Tomás, con la voz firme de quien se sabe atemporal.
Extiendo un cuaderno, el último que redacté del cual hice muchas fotocopias. Es un copia de profecías de Ezequiel. El niño lo recoge y marcha a ponerse a salvo tras una columna de hormigón, probablemente de algún edificio importante.
Sigo andando a trompicones. Comienzo a ver hornos de fundición, como enormes gusanos de acero. Voy perdiendo la visión; quedan fragmentos de cuerpos chamuscados cayendo en pilas repletas de oro líquido.
—¡Ra… Rau…Raúl! -suena mi nombre, resbalando por el níquel.
—¡Dejadnos salir!
Barbas de esparto van cubriendo un cielo de grasa. Cae metralla sobre pilas de mármol. Debería orinar sangre porque lo siento. ¡En mi alma lo siento!
Solo veo como se extiende el humo. Pasa, zumbando mi oído, una enorme libélula de acero, color púrpura. No exagero si digo que mide un metro. Me tambaleo. Arrastrando las piernas, sigo. Ya no veo nada, probablemente haya caído en un agujero negro.
—¿Estás bien? ¡Terminé el puro y sigo sin saber nada! -grita mi madre, aporreando la puerta.
11:49 h, 15/10/2024
Vengo del campo de amapolas. El portátil donde escribo estos mensajes entre cortados me devuelve a la rutina. Voy a desayunar. Bajo a tomar el cortado y sigo el relato.
Tuvo un disgusto ayer mi madre, pero es necesario porque tiene que ensoñar continuamente para alcanzar el descanso. Mientras tanto, la acompaño en el tránsito.
Tienen que verla allá como la acabo de ver. Una reina con su vestidito blanco, adornado con cintas azul marino. Una niña brincando por el extenso campo de amapolas.
Me dicen que tengo línea (no se impacienten por estos desajustes sinápticos).
— A rotación mil por hora, pero sentado a la espera. Diga.
—Me fugué. Al averno vas a ir tú, es necesario -dice la voz ronca, al otro
lado.
—Tú eres el Vigilante. Me he estado informando. Te quedaste a la entrada del
cielo. Siempre vuelves a seguir los pasos de los que están en camino. No eres
el fugado.
—Tienes razón. Veo que estas avezado en estos asuntos cuánticos. Olvida al que
se fugó. Ahora es contigo la cosa.
Corte de línea. Nunca me acabo de acostumbrar a estos cortes abruptos, cuando la cosa se pone más interesante.
*
Volviendo al campo de amapolas. Tienen que verla allí, vislumbrando en sus ojos la transparencia del riachuelo, que baja alegre y salatarín. Pasando sus manitas blancas por las cintas azules; allí sonriendo, rodeada de panales de abejas, con las cintas del vestidito izadas por corrientes de aire en una armoniosa danza de colores, mientras el globo se eleva por el horizonte, rozando las aletas del sol. Sumergida en un prado insondable de tesoros, oyendo las palabras, amorosas, cayendo a raudales por toda su figura delicada, con mimo dibujada en el paisaje. Tienen que ver, antes del desvanecimiento, la hondura del corazón, que arde en el pecho de Antonia, mi madre, mientras la miel resbala por sus cabellos rizados.
TÚNELES
H avanza por la nieve virgen hacia la última chimenea. Los soviéticos entran en Berlín. Caen a ful granadas de manos y es cosa de pocos minutos la rendición total de la peor pesadilla de Europa.
Cae la cruz gamada de Alemania. Ocupa su lugar una brillante hoz con el martillo en un fondo de sangre roja.
En su memoria cobra vida el lienzo que de adolescente dibujó, inspirado en un poema de Goethe. Relucen en carbonilla, algo desgarbadas, las agujas de roca caliza que coronan Barcelona. Tantas historias contadas sobre la montaña mágica, por la que tan hondamente inspirado escribe un poema el poeta alemán del romanticismo.
—Todo dispuesto. Preparados para partir. -dice un hombre enjuto, colocando su
mano en el hombro de H.
Apenas despierta de la ensoñación romántica, el líder de la revolución nacionalsocialista mira fijamente al hombre. El silencio entre las paredes de ladrillos, tiznados de humo, sobrecoge. Quedan casi anulados los sentidos por el silencio.
—Que venga Raúl. -resuena por los restos de hollín, la orden de H.
Silba el hombre enjuto. Y de los rincones más oscuros del edificio vacío, sale una mujer que lleva a un niño de gas sombreado. No es de carne y huesos como cualquier niño, solo es gas, con perfil humano, solo gas.
—¡Enseguida! Alemania cae. Corre con Lilith al búnker -dice H al hombre enjuto, dándole la pistola.
Repasa en su mente el experimento. Sus años de juventud, de viajes clandestinos a Montserrat. H, el joven pintor frustrado, hacía sesiones de espiritismo con un nutrido grupo de efervescentes jóvenes. Venían a su mente los ojos del viejo maestro, un médium muy reconocido en Barcelona.
De aquellos encuentros salió su afición por la búsqueda del Santo Grial. En su mente quedó diseñado todo un sistema de galerías subterráneas que comunicaban la Montaña con el resto de Europa.
—Te falta la materia prima. El plan está en nuestras mentes. -las palabras resuenan en el joven entusiasta.
Más de una noche la pasan solos, discípulo y maestro, perdidos por las agujas de Montserrat. Allí hacen sesiones de espiritismo. Como alumno distinguido, goza de privilegios.
El brazo de Raúl es un grueso hilo de sombra.
—Así, hacia la cabeza. Y vuelves a pensar en el Gólem. -la mano tosca de H guía el brazo de sombra.
El escudaron de ofensiva soviética llega al búnker cuando oyen dos disparos. Adentro, juntos a los dos muertos, está la pistola. Al hombre enjuto lo distinguen por el bigote.
—Es él -suena por el hilo la voz áspera del general.
—Confirmado -se oye del otro lado.
Conforme H se hace más grande frente a las juventudes hitlerianas, piensa cada vez más en cómo encontrar el puente, entre las ideas fraguadas y la materia física. Toma afición al estudio minucioso de toda forma de vida microscópica. Tiene un microscopio en casa. Pasa noches enteras sin dormir, observando muestras de microorganismos en el microscopio.
Continua los experimentos, una vez en el poder, con el diseño de los campos de exterminio.
*
Los sacan a patadas de la caja de cerillas, donde viven hacinados, en el gueto
de Varsovia. Separan al pequeño de sus padres. En la mente del niño no dejan de
resonar los gritos amargos por la oscuridad del gueto: ¡Hijo mío, hijo
mío, Raúl, Raúl, no os lo llevéis!
—Servirá. Fíjate en el aura. Es proclive.
—Está bien comencemos esta misma noche.
Demasiado aturdido aun por la pesadilla del viaje en aquel tren de la muerte, el pequeño apenas distingue las voces de aquellos hombres. Tampoco siente nada cuando introducen delgadísimas cánulas de vidrio por sus oídos, bajo las luces de los fluorescentes, en aquel oscuro laboratorio. Solo distingue sombras alargadas que se acercan y se alejan manejando instrumentos, mientras cuchichean.
En aquella sesión espiritista, los cinco hombres, capitaneados por H, ven salir de las narices del niño, al cual indujeron el coma, virus, bacterias, toda clase de seres microscópicos. Pero en un tamaño aumentado, de tal forma que pueden verlos a simple vista.
Dura toda la noche la sesión en la cual quedan abducidos y rodeados de extrañas presencias. H encuentra con su venerable maestro, el Gólem de gigantescas proporciones, que lo lleva a una vasta extensión de sombra con chimeneas. Con el dedo señala el futuro de Europa.
—Bien. Esto ocurre en nuestras mentes. Ahora, encuentra el motivo, la razón. Tienes que justificar esto y realizar un diseño lo más racional posible para llevarlo a la práctica -así se pronunciaba el Gólem.
H permanece mudo, solo ve el dedo.
Recobra la conciencia. No queda nadie más en la sesión de espiritismo, todos se han marchado. Se acerca al cuerpo del niño y con una furia indescriptible entra por sus ojos transparentes, como el último ácido corrosivo que va a reconfigurar el cuerpo, toda la materia en un único plan, materializado en gas. Pasan minutos y el cuerpo entra a un estado gaseoso. No hay niño de carne y huesos. Solo una sombra de gas.
Continua la planificación completa del exterminio en Europa. Con más ahínco en la raza judía. Acaba por descubrir, gracias a las comunicaciones que aún mantiene con el Gólem, su antiguo venerable maestro, que él es el octavo ángel caído, llamado a entrar de nuevo en el paraíso. El mismo caballo de troya en el cielo subterráneo de Montserrat. Allí está el Santo grial.
Terminado su plan, habiendo quemado todos los cuerpos, podrá entrar por un túnel del tiempo, a través de un salto cuántico, a las galerías subterráneas de la montaña mágica, que desembocan en el gran lago custodiado por serafines.
Raúl sigue en coma inducido mientras Europa arde y el plan de exterminio sigue su curso.
SOMBRAS EN EL PARAISO
Sigo sentado en mi escritorio. Mientras el cuerpo sutil ha realizado una radiografía del espeso campo de información donde todo ocurre al mismo tiempo. En Montserrat sigo, rezando el rosario, en la santa cova; contemplo a mi madre caminando lentamente por un campo de amapolas. Allí la esperan ángeles, puedo ver sus rostros y espadas. Puedo oír, muy difusas, las alabanzas del mundo celestial.
Lo que queda aquí, escribiendo en el portátil, es un registro de información, una parte de la sombra colectiva de la humanidad, que ha de ser revelada. Esta línea cuántica comunica mi cuerpo físico con el sutil. Tal vez, el único motivo por el cual escribo este relato.
H sigue como una densa sombra, porque una sombra nunca se suicida, solo viaja por túneles.
Otra cuestión es, si puede alojarse o permanecer en un recinto o lugar sagrado. Pero esto es motivo de otro relato o de la imaginación del lector. Se ha hecho tarde.
EPILOGO ( OTRO SALTO EN LA LÍNEA CUÁNTICA )
23:30 h, 02/11
Escribo en el portátil. El día 6 de noviembre tenemos cita en enfermería. Sí, llevo una vida corriente como cualquiera, aunque sea un viajero en el tiempo y los umbrales. Mi madre tiene alzhéimer y la cuido. La acompaño en su viaje al paraíso. Al fin y al cabo, toda vida es una preparación para llegar a la verdadera vida. Cada cual, que la llame como quiera. No es una cuestión de creencias. Son hechos fehacientes, que la materia se transforma y la energía nunca se destruye. Igual la sombra que todos llevamos.
¿Entra?
Sí. H entra en el lago subterráneo de Montserrat. Allí lo detiene la Santa virgen, que señala la cruz de ceniza en su frente. Otra cosa no puede ver mi cuerpo sutil, aún no liberado del todo y sujeto a la súplica, la alabanza, la meditación y el rezo. Nada más.
No tengan miedo de conocer la sombra. Es necesario no repetir la historia.
Otra vez, tengo línea.
—A rotación mil por hora, pero sentado a la espera. Diga.
—Soy el Vigilante. Terminado el relato, descansa. Sigo en el umbral hasta el
fin de los tiempos.
Otro desvanecimiento.