Oliver IV
CAPITULO IV
Esto no me lo esperaba, pensé que se refería a un libro cuando dijo que tenía una sorpresa para mí. << ¡Oliver! ¡Oliver! >> El Viejo grita mi nombre y agita la bufanda blanquiazul. Salta de alegría mientras me dice que juega el RCD Espanyol con el FC Barcelona.
Cada vez me resulta más difícil escuchar, comienza el aturdimiento de mis sentidos. Siempre me ocurre si hay ruido en exceso y a estas horas, más si hay fútbol, este barrio es un hervidero de pasiones desenfrenadas. Pienso en retirarme poniendo cualquier excusa. Igualmente, si le digo que quiero irme a casa para seguir con mis lecturas o escuchar vinilos, él lo entenderá; ya sabe que soy muy sensible.
—¿Qué pensabas? —dice, dándome el abrazo del oso. —¡Eres un gran buceador! ¡Hay que bucear siempre en las profundidades!
—Esto no es para mí, Viejo. Me siento muy cansado. Se me hacen tapones en los oídos, demasiado alboroto.
—¡Son los molinos! ¡Los molinos de viento! —Exclama eufórico, zarandeando por los aires la bufanda. — Dime, ¿qué es la comida sin sal o un cocido sin hueso? ¡Vamos al bar! ¡Allí nos esperan!
No respondo. Refugiándome en el silencio busco una excusa rápida para escaquearme, cuando a lo lejos oigo la voz de pito que me resulta tan familiar. Casi llegamos, las redes se estrechan y, finalmente, decido abandonarme. Tengo encima a Michell que me abraza. Raquel se acerca a saludar, con ella intercambio dos besos de rigor en las mejillas y la mirada cómplice de quienes son atrapados por la tormenta del fútbol.
De fondo oímos sirenas, diría que de ambulancias o mossos, mientras hacemos cola en el Estadio Cornellà-El Prat. Se respira en el ambiente el ansia por ver el evento deportivo, y siento con intensidad la emoción que ensancha los corazones. Huyen mis dudas y me entrego de forma incondicional al deporte.
A lo largo de la entrada se extiende el cordón policial. Queda poco para que oscurezca y las luces del estadio lucen diáfanas. << ¡Pericos! ¡Pericos!>> Grita un chico muy joven, corriendo hacia nosotros. << ¡Michell! ¡Viejo!>> Sigue gritando con gran excitación. << ¡Tú también!>> Se dirige directamente a mí. Lo miro sin saber bien qué decir o cómo reaccionar. Su cara está completamente roja, su respiración muy acelerada. Yo mismo tengo dificultad para contener el pulso, que por momentos parece estallar.
Finalmente, al chico se lo llevan a un lado. Sigo en la cola con Raquel. Nos miramos con inquietud por lo que cuenta el chico, que al hablar gesticula mucho, como si pudiera así truncar los hechos. El rostro del viejo envejece por siglos y siglos, y mira con mucha seriedad al muchacho.
Éste explica que alrededor de cincuenta boixos, encapuchados, irrumpieron en un bar de los alrededores, donde se junta la peña de jóvenes pericos, y comenzaron a golpearlos con bates y barras de acero, además lanzaron un coctel molotov. El dueño del bar, que intentaba sofocar las llamas, acabó sufriendo graves quemaduras. Salieron un grupo de jóvenes tras los asaltantes y hubo una brutal pelea, resultando herido por arma blanca un chaval del Espanyol.
Veo que el Viejo se lleva las manos a la cabeza e intenta abrazar al joven que huye de sus brazos, porque en carne viva siente la picazón de la venganza.
<< ¡Todo está bien! ¡No entremos en provocaciones!>>. Se oye serena y muy firme la voz del Viejo frente a los gritos convulsos << ¡No me digas! ¡Y una m…! ¡Asesinos! ¡Asesinos!>> << ¡Nada de violencia! ¡Vamos a ver el partido!>> Y lo agarra tan fuerte que ya no escapa, el chico solloza destrozado en la pechera del Viejo.
<<Haz caso del viejo, que sabe de estas cosas.>> Dice Michell, poniendo su brazo sobre los hombros de Rubén, que ahora está con nosotros en la cola. Raquel asiente y mira como una madre al chico (no sé si realmente ocurre o se me antoja que las manos de ella descansan sobre la nuca del indefenso muchacho).
Justo entramos al estadio y oímos la voz más alegre y cantarina del Viejo << ¡A por ellos! ¡Vamos a darles una paliza!>> A todos nos contagia y comenzamos a cantar con mucha emoción << ¡Campeones! ¡Campeones! ¡Oe oe oe oe! ¡Oe oe! ¡Campeones! ¡Este partido lo vamos a ganar!>>
Llegando a la grada, caigo en una ensoñación tan profunda como vívida: oigo la música ancestral, todo a mi alrededor es un campo verde de cebada que crece hasta el cielo, con innumerables torres de defensa donde se alzan ángeles preparados para disparar. De pronto, recibo una de sus flechas en mi corazón y caigo sobre el cuerpo desnudo de Raquel, que me rodea entres sus brazos y me despeina los cabellos. Veo la carta que le escribí cuando iba por esos campos de Castilla: un largo poema de amor, que termina por vestir de reina a la luna y, restaurando la inocencia de los enamorados, transmuta las luminarias del cielo de tal forma que ya no hay día y noche, y la claridad deslumbra traspasando los cuerpos.
<< ¡Gooooool! ¡Gooooool!>> Grita a mi lado Michell, mientras me zarandea y comienza a besarme los morros. Cuando consigo zafarme, obnubilado, veo que el Viejo saca de su cazadora una bengala. Michell dice que el Viejo tiene contactos con un segurata, y así es como consigue pasar los fuegos artificiales. << ¡Ganamos! ¡Ganamos por goleada!>> Gritan todos a mi alrededor. Según me dicen, tres a cero a favor del Espanyol. Me voy recuperando de tantas emociones, ya que también vieron mis ojos dos palomas de fuego juntado las alas sobre el estadio, mientras un coro de ángeles gritaba ¡aleluya! Creo que solo lo vi yo, pero no estoy seguro, cuando tenga ocasión le diré al Viejo.
Me veo como la pieza del puzle que no aparece. Todos celebran conmigo la victoria y yo, supuestamente, estoy celebrando con ellos. Ahora que volvemos a encontrarnos en la calle y es de noche, miro hacia los balcones: colgados de las barandas los muñecos de cartón tienen los ojos inyectados en sangre. Más preocupado por el alcance que tienen mis visiones, me acerco al Viejo. Quiero hablar con él, pero se adelanta Michell, que se había detenido en la plaza del estadio a hablar con un grupo de jóvenes, y nos explica, desbordado por la ilusión, que hablaba con la peña antifa, que esta noche los okupas hacen la rave en el río.
—Disculpa, Oliver, ¿estás bien? —pregunta el Viejo, volviéndose hacia mí.
—Veo cosas muy extrañas, no sé si solo las veo yo…
Él rompe a carcajadas. Todos los del grupo nos miran con gran expectación.
—No pienses tanto, Oliver. Todo está bien. —me susurra al oído —No hagas caso a lo que veas, déjate llevar por lo que sienta el corazón. Él es la brújula.
—¿Entonces, vamos con la peña de las casas? —pregunta Michell, haciéndonos detener el paso.
—¡Querido, qué obsesión con casas y peñas! —exclama Raquel, como en un largo suspiro que quiere ser reproche.
—¡Niña! ¡Es nuestra velada!
—¿Hemos ganado o no hemos ganado? —a todos pregunta el Viejo, mirando con ojos felinos —¿Qué hacen los que ganan?
—¡Celebrar! —exclama Rubén.
—¡Así es, di que sí, Rubén! —asiente Michell, cogiendo de la cintura a Raquel.
—Oliver, ¿tú qué dices? —pregunta el Viejo en voz alta para que todos me oigan.
Hay como un minuto de silencio, el tiempo que tardo en regresar de otra ensoñación donde dialogaba con una calavera cuyos huesos de humo se balanceaban igual que incensarios.
—Bien…—comienzo a decir, y mi lengua trata de estirar más del silencio. Todos me miran y parecen molinos de viento. Como una lanza viene la expresión sombría —¡Yo qué sé!
Rompen a carcajadas, creo que incluso ríen los cristales de las ventanas, los muñecos colgados, las plantas y los árboles. El viejo se echa sobre mí, como un cosaco me llena de besos. Enseguida, Michell, Raquel y Rubén, se acercan a nosotros y los cinco nos abrazamos.
—Oliver, ¿qué dice tu corazón? —vuelve a preguntar el Viejo.
—Hum, no sé…Son demasiadas emociones.
—Se me ocurre que vayamos a por el premio, porque los que ganan tienen su premio —dice Raquel, estrechándome contra su cintura —Michell y yo tenemos comida suficiente en casa. ¡Vamos a cenar!
—¡Así se habla, cari! —grita Michell ya descosido del todo —¡A cenar! ¡Oe oe oe oe! ¡Oe oe!
<< ¡Campeones, campeones! ¡Oe oe oe oe! ¡Oe oe! >> Cantando subimos por las calles empinadas hacia el barrio.