Nuestra fuerza de trabajo, la alegría de vivir
Nuestra verdad, concentrada al milímetro, perfora embustes
de cualquier fondo de inversión, a corto, medio y largo plazo.
Habemus de ser fuertes, como ballenas, que toman aire y dejan la grasa,
cuando el arpón perfora sus días.
Solo queda el miedo a morir, en cada despido, premeditado al anochecer,
en altos hornos de fundición; el impuesto de sucesión de males, dispendios,
hipotecas; gente en cueros, sin esperanza de ninguna clase; la guardia civil
persiguiendo inmigrantes, que huyen entre bambalinas y globitos de colores
inflados de flatulencias, una tarde en Mc Donald, o santa nómina inflada.
A cero costo, las manos, polvorientas, sostienen la plusvalía
-no pudieron enterrar el sudor-. Brillan sus ojos apaleados
de tanta muerte -ya que nada ven, que no sea abusos-.
La ganancia del capital no puede enterrar la alegría,
el ansia de vivir, porque es el Trabajo la disposición
de la vida, de los brazos, del Ser, de toda existencia.
Oíd cómo rugen, oíd, que rugen las manos. Mirar la muralla
donde se amotinan quienes quieren vivir; la sangre despierta
en la caduca democracia de mercaderes y cuentacuentos;
las mariposas, que arrancan tripas de grandes magnates.
La muerte tiene mucho dinero, muchos muertos, muchas cadenas.
Desterremos la muerte de nuestra vida. Volvamos a sonreír,
porque somos trabajadoras; hagamos valer nuestras manos:
nuestra
fuerza de trabajo, la alegría de vivir.