Metamorfosis
Si la mirada es el reflejo del alma, la piel debe ser su paisaje. Un paisaje al que me cuesta cada vez más regresar. Un paisaje que habita mi mirada, llena de desolación, que -yerma en su soledad- fue invadida por huéspedes insolentes. Los veo en filas, interminables filas negras y blancas en su marcha ritual.
Lo que algún día pudo ser un horizonte liso y sencillo por donde se deslizara la caricia risueña, hoy se ha convertido en terreno ajado, abrupto y lleno de grietas. Los visitantes se cuelan al fondo de mi sentimiento, y construyen sus nidos y colonias. Sin descanso van macerando los restos de un cuerpo deshabitado, allí alimentan sus larvas. Yo ya nada puedo hacer, fui desalojado de mi alma.
Ahora veo pasear a las hormigas portando los restos, atravesando mi piel, sin descanso. Las orugas arrastran sus capullos, y de las enormes verrugas eclosionan las larvas, que en cuestión de segundos son ya mariposas.
Revolotean alrededor de mis ojos y acaban posándose en mis párpados; cuando se cierran aún puedo ver su color rojo chillón, que vagamente me recuerda el de unos labios.
Mi corazón sitiado se presta a ser nido de orugas. Mi alma, más sutil, aún intenta escapar por el resquicio de la mirada, pero rápidamente es envuelta por una nube de ojos que deslumbran con su brillante rímel. Y otra vez queda atrapada en la prisión. Paciente espera la alquimia, sueña con eclosionar del capullo y ser la mariposa reina, que habrá de abandonar el cuerpo macerado para ir a posarse en un beso y encumbrar nuevos horizontes.