Me voy por la espuma
Mi corazón se fatiga por la mujer desnuda. Alcanzo la penumbra del fruto redondo, donde el mar oculta mis lágrimas y el aire agita pañuelos.
La hombría de mi desnudez debajo de la sombrilla, huele a macho, a algas azules. Mientras me abrazo levemente a su cuerpo, mi cabeza no atina, pero el instinto comprende que he de morir y ha de ser ella quien me de muerte. Porque si no lo hace, no es una mujer. Tal vez, un engaño o una ilusión de cosméticos, pero no una mujer.
Sólo la semilla enterrada germina. Y la sabiduría con cuerpo de mujer es el fin último de la existencia, que ha de dar sus frutos.
Ella no piensa en la muerte, solo me devora. Así ha de ser. Se apodera lentamente de mi silencio. Igual que el mar, traga la arena, por la indefensión de los abrazos.
Como un puñal de futuro, dulcemente herido de amor, me voy por la espuma, mientras ella sonríe en coralinos santuarios de la ausencia.