Ensayo de escritura
I
Comienzo el relato sin saber qué voy a escribir. Me preocupa en exceso si podré relatar una acción verosímil. Sería pueril tratar de justificar mi ineptitud y terminar el relato, porque me apremia la solicitud de quienes me estén leyendo.
Es mi forma de ver la vida. Se trata de
que todos queden satisfechos, incluso yo mismo. Asumo el riesgo, no me queda
otra si quiero sobrevivir, pues resulta doloroso acumular sensaciones tan
intensas, que bullen en mi mente y buscan la acción.
El sujeto de la acción, ¿será un
albañil? Yo quiero ser un albañil que toma su copa de coñac antes de ir al
tajo. No es tan difícil. Todo sea que él esté de acuerdo. Que no se resista y
en un ademán me tire encima la copa, propinándome un empujón, de tal manera que
acabe sentado de culo en el piso. Y ponga fin al relato con cara de tonto.
Hasta aquí llego. ¿Es suficiente?
II
No es suficiente. Vuelve a probar la locura de escribir, verás que es como una hembra en celo, que lleva minifalda y cruza las piernas, al borde de la autovía, sentada en una andrajosa silla.
No pienses que escribir consiste sólo en planear una acción futura. En esto ya vimos lo inútil que eres, en el relato anterior. No huyas al futuro, antes de tiempo. Regresa a la autovía.
Es mes de julio. Sientes el calor sofocante, en el auto, donde vas de copiloto. Lleváis las ventanillas abiertas. Miras de refilón, los ojos de tu padre parecen cebollas. Temes el volantazo mientras miras esas piernas tan largas. La mujer lleva un abanico, sacude el aire, ¿para ti o para tu padre?
Esto es una incógnita del recuerdo. No achaques a la escritura el olvido u otra cosa que no puedas escribir. Digamos que tu padre era más, no terminaban sus ojos en la incógnita, antes bien tenían suficientes lágrimas para ti, por ti, lágrimas imposibles de escribir. No obstante, no te detengas sorprendido. Sigue.
Es tu padre quien escribe: Hijo mío, a
veces me disgusto con tu madre, cuando esto sucede monto en el auto, me alejo
de la ciudad, y en algún paraje de la naturaleza me detengo. Bajo del auto y
camino, adentrándome en la espesura
del bosque, donde pienso, seriamente, si soy un buen padre. Hijo mío, tu padre también duda y se aparta de tu madre y de ti.
¿Viste esas piernas?
Esta pregunta quedará aquí suelta.
Porque siento la ternura de mi padre, la profunda emoción del relato, que no
puedo o no sé cómo escribir.
III
Cierto que ahora escribes. Viste sus lágrimas, y eran el crepúsculo, el fin de tus días. ¿No puede llorar tu padre en tu presencia? ¿O no quieres que llore?
Sigue por la autovía con él. No confíes en los recuerdos, para escribir no precisas de recuerdos. Es más, estos traicionan y acaban contigo, si los tomas al pie de la letra. ¿Quieres escribir? Flota en la nada, eso es todo.
Dejamos más mujeres atrás. El auto va a ciento veinte por hora, el aire juega a hacer remolinos con nuestros cabellos.
Mi padre lleva toda la noche conduciendo. Yo sigo de copiloto. Amanece cuando faltan doce kilómetros para llegar a Ciudad Real. Adquieren los campos un tono entre rojizo y gris, con muchos matices de sombras que traen el sosiego a la mente. Los dos sonreímos. Los árboles se perfilan más claros, parecen transportados desde otro planeta y estar allí sólo para complacernos.
Sigue escribiendo mi padre: Flota conmigo. Ves que se puede sanar escribiendo, en la nada. No pienses en absoluto cuando escribas, deja la mente en blanco. Disfruta del momento, siente volar las manos, en libertad, no quieras existir.
Que nadie te diga lo que es la muerte. Sólo tú lo sabes. O que has nacido y vas a morir. Sólo tú lo sabes. Acaso, ¿recuerdas tu nacimiento?
Llegamos a un pueblito de la imaginación. Vienen muchedumbres de mujeres rubias a recibirnos. Oímos sus palabras de bienvenida. Sentimos el cosquilleo de aguas cantarinas en nuestros corazones.
Mi padre me abraza con fuerza, escribe: Ya sabes, hijo mío, cuánto me pesa apartarme de ti.
La muerte es dulce. Las mujeres miran con asombro.