El padre en la cruz ( A Jero de los Chichos )

19.08.2023

El padre en la cruz calla, nada dice sobre el olor a madera, los huesos mudos y cansados que se pudren en la cárcel. A veces el mejor canto es el silencio coronado de espinas.

Solo mira a sus hijos en el suelo lleno de cristales, con los pies descalzos después de atracar la farmacia. Recuerda que tenían siete años y jugaban al balón en la trastienda, entre macetas de geranios y jaulas con jilgueros y canarios de colores chillones, todos viriles y alegres en sus gorjeos.

Solo mira. Desde la cruz, puede verlos tumbados en cartones deshechos inyectándose la heroína cayendo, luego, en el pico profundo y dorado.

Llevados por la incomprensión de facturas impagables, por la ruina de las cloacas; abducidos por la mala sombra del alumbrado de calles y escaleras, donde resuenan dolorosos jadeos de la última adolescente violada en el portal.

Suspendidos de golpes a deshora -que nadie sabe de dónde vienen ni adónde van- caen en el coma profundo de las venas.

Desde la distancia incalculable del inmenso vuelo líquido del ave testamentaria, comatosos, contemplan las chuches en el quiosco, la última farmacia antes del atraco.

El día de la perdición llevaban el retrato de sus madres en la mirada, el ruido de sartenes y cacerolas estrellándose en la cocina. Podían ver por el cristal opaco a las mujeres, sonámbulas. Buscando a sus maridos borrachos vieron a la noche desbocada corriendo a buscar el caballo.

A sus pies, quemado, el incienso subía mientras rezaban el santo rosario, sentadas con el inútil temblor de las rodillas ofreciéndose por sus hijos. El sermón hablaría de aquellos jóvenes, tan lejanos como esquivos.

La penuria de la vida -no cabe aquí decir austeridad- siendo incrédula profanaba los cementerios; terminaba la paz en un sueño en demasía quebradizo.

Benditas gasas y bendito alcohol en bocas de la generación perdida, que redime a la muerte recordando la vida, el asesinato, la injusticia, volando sobre quienes malviven en el extrarradio de la marginación. ¿Cómo negar el alivio, cuando el dolor es insoportable, insufrible? ¿Quién habría de soportar lo insoportable, ofrecer algún consuelo?

El padre en la cruz calla, mira a la mujer en un rincón, despreciada -madre, esposa, novia, hija, nieta, hermana, prima, Santa, puta…- que vomita la mala leche de tantos pájaros caídos.

A veces, el mejor canto es el silencio coronado de espinas. ¡Quién sabe!

Esto es así… Sucede.

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