Abusada
El pánico te ataca disparando,
sobre el plexo solar, mortales balas,
parecidas a pájaros sin alas
que caen, mientras tú sigues cargando
el revolver. Apuntas al verdugo,
que abusaba de ti cuando eras niña,
y escupes al pasado que escrudiña
tu carne deformada por el yugo.
Queda, como un tachón, aquella tarde,
en la pared del cuarto de herramientas:
un sol quitando pobres vestimentas,
cayendo con la furia del cobarde,
quebrantaba cabellos incendiados
y rompía la blusa de las flores.
Querías escapar de corredores
de la muerte; tus ojos, tan cansados,
solo esperaban desaparecer.
Hundiéndote en el sordo parapeto,
que a tu padre cubría de respeto,
pobre niña, que nadie quiso ver.